No me lavarás los pies jamás (Oswald Chambers)
"—¡No! —protestó Pedro — ¡Jamás me lavarás los pies! —Si no te lavo —respondió Jesús— no vas a pertenecerme" Juan 13:8 (NTV)
“No me lavarás los pies jamás” (Jua_13:8)
El
Señor Jesús se ciñó una toalla y luego puso agua en un lebrillo,
preparándose para lavar los pies a Sus discípulos. Cuando se acercó a
Pedro, éste dijo enfáticamente: “No me lavarás los pies jamás”.
¿Por
qué? ¿Por qué Pedro no quiso someterse a este bondadoso ministerio del
Señor? Quizás se sintió indigno de que su Señor le sirviera. Pero
posiblemente su actitud fue de orgullo e independencia. No quiso ponerse
en la posición de recipiente; no quería depender de la ayuda de nadie.
Esta
misma actitud es el principal impedimento de que mucha gente se salve.
Quieren ganar la salvación por sus propios méritos, y se resisten a
recibirla como un don gratuito de la gracia; sienten que esto les rebaja
en su dignidad. No quieren sentirse en deuda con Dios. Pero: “Aquel que
es demasiado orgulloso para endeudarse infinitamente jamás podrá ser
cristiano” (James S. Stewart).
Aquí hay también una lección para
los que ya son cristianos. Todos nos hemos encontrado alguna vez con
creyentes que son dadores compulsivos. Siempre están haciendo algo por
los demás. Sus vidas se derraman sirviendo a sus parientes y vecinos.
Merecen ser alabados por su generosidad. ¡Pero hay una mosca en el
perfume! Nunca quieren ser recipientes, ni permiten que nadie haga nada
por ellos. Han aprendido a dar generosamente pero no han aprendido a
recibir de gracia. Disfrutan la bendición de ministrar a los demás, pero
les niegan la misma bendición a los demás.
El mismo Pablo se
mostró como un recipiente agradecido de los dones de los filipenses. Al
darles las gracias decía: “No es que busque dádivas, sino que busco
fruto que abunde en vuestra cuenta” (Flp_4:17). Pensaba más en la
recompensa de ellos que en su propia necesidad.
“Se cuenta del
sr. Westcott que, cerca del fin de sus días, decía que había cometido un
gran error. Pues aunque siempre había estado dispuesto a trabajar por
los demás hasta el límite de su capacidad, nunca permitió que otros lo
hicieran para él, y como resultado había perdido algunos ingredientes de
dulzura y realización. No se había permitido a sí mismo la disciplina
de recibir muchas bondades que no podrían ser correspondidas” (J. O.
Senderos).
Un poeta desconocido lo resumió bien al escribir:
Tengo por grande a quien, por causa del amor,
Puede dar con corazón ardiente y generoso;
Pero el que toma por causa de la dulzura del amor,
Le tengo por más generoso aún y no orgulloso.

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