Cosecharán Vida Eterna (Oswald Chambers)
"Los
que viven sólo para satisfacer los deseos de su propia naturaleza
pecaminosa cosecharán, de esa naturaleza, destrucción y muerte. Pero los
que viven para agradar al Espíritu, del Espíritu, cosecharán vida
eterna" Gálatas 6:8 (NTV)
“Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción” (Gal_6:8)
Nadie
puede pecar y gozar de impunidad. Los resultados del pecado no sólo son
inevitables sino extremadamente amargos. El pecado puede parecer un
gatito inofensivo pero salta repentinamente sobre su presa devorándola
como león despiadado.
El supuesto encanto del pecado goza en
nuestros días de una propaganda amplia y multicolor, si bien escasamente
oímos el otro lado. Sus víctimas dejan tras sí tristes relatos de su
caída y miseria posterior.
Así ocurrió con uno de los escritores
más brillantes de Irlanda. Este hombre comenzó a aficionarse a un vicio
malsano. Una cosa le llevó a la otra hasta que vino a enredarse en
pleitos y por último terminó en la cárcel, donde escribió lo siguiente:
“Los
dioses me han dado casi de todo. Tuve genio, un hombre distinguido,
alta posición social, brillantez y atrevimiento intelectual: Hice del
arte un filosofía y de la filosofía un arte: Turbé las mentes de los
hombres y cambié el color de las cosas: No hubo nada que dijera o
hiciera que no sorprendiera a los demás... Traté al Arte como la
realidad suprema, y a la vida como una mera ficción: Desperté la
imaginación de la gente de mi época creando a mi alrededor mito y
leyenda. Reduje todos los sistemas a una frase, y toda la existencia a
un epigrama.
Junto con estas cosas, tuve otras que eran
de otra naturaleza. Me dejé seducir por el hechizo de la insensatez y la
comodidad sensual. Me divertía siendo un hombre elegante. Me hice
rodear de las clases inferiores y las mentes más insignificantes. Vine a
ser el derrochador de mi propio genio, y malgasté toda una eterna
juventud que me obsequió con placeres singulares. Hastiado de vivir en
lo más alto, deliberadamente descendí a las profundidades en busca de
nuevas sensaciones. Lo que para mí era una paradoja en la esfera del
pensamiento, se convirtió en perversidad en la esfera de la pasión. El
deseo, al final, se convirtió en una enfermedad, una locura, o ambas.
Crecí sin que me importara la vida de los demás. Olvidé que cada pequeña
acción de cada día hacía o deshacía el carácter de la persona, y que en
consecuencia lo que se hacía en secreto algún día sería pregonado a los
cuatro vientos... Terminé en una horrible desgracia”.
Lo que acabamos de leer se encuentra en un ensayo cuyo título es: De Profundis: desde las profundidades.

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